Filosofia Para Pensar Por la Calle (la Filosofia Que Nunca Me Enseñaron)
Author | : José Segovia Pérez |
Publisher | : Editorial Visión Libros |
Total Pages | : 419 |
Release | : 2011 |
ISBN-10 | : 8499837352 |
ISBN-13 | : 9788499837352 |
Rating | : 4/5 (52 Downloads) |
Download or read book Filosofia Para Pensar Por la Calle (la Filosofia Que Nunca Me Enseñaron) written by José Segovia Pérez and published by Editorial Visión Libros. This book was released on 2011 with total page 419 pages. Available in PDF, EPUB and Kindle. Book excerpt: Filosofía para pensar por la calle (La Filosofía que nunca me enseñaron). José Segovia Pérez Dice Marx, influido por Bacon, que los filósofos se han limitado a contemplar el mundo cuando lo necesario es transformarlo. ¿Es así?, ¿Es “in-útil” la Filosofía?, ¿Es el último refinamiento de la locura, como se pregunta Russell?, ¿Es el arma de esa revolución necesaria? , ¿Cómo se han gestado en la polis – la ciudad moderna - el sentido de la justicia y la legitimación del poder?, ¿Es verdad, como dice Sócrates, que los dioses no tienen poder sobre la vida humana?, ¿Es humana la esperanza o es solo el refugio que brindan las religiones para la angustia? Intentaremos comprobar si la filosofía está tan alejada de la comprensión humana común como la ciencia moderna y si puede contribuir a concluir que es preferible un mundo seguro sin libertad a un mundo libre sin seguridad, de la mano de interpretaciones que aseguran que la historia ha terminado, que es inevitable el choque de civilizaciones o que tenemos miedo a los bárbaros, o al contrario. Aunque lo más obvio es que el mundo parece “desajustado” y lo más sensato es indignarse, mientras nos seguimos preguntando si es posible devolver la justicia a la “polis” y cómo hacerlo. Capítulo. 1 El objetivo de este pequeño libro. El objetivo de este pequeño libro no es adentrarme en el enésimo, erudito y estéril debate sobre la distinción de razón en Suárez o los indiscernibles en Leibniz, sino tratar de entender por qué sentencia Platón que una vida sin reflexión no es vida para un hombre, por qué dice Aristóteles que ser bueno no solo es más bueno sino, además, más elegante, por qué denuncia Marx que el mundo se divide en explotadores y explotados, por qué advierte Camus por boca de Calígula que hacer daño a los demás es la única forma de equivocarse y qué relación tiene eso con la afirmación de Kant de que el hombre no es un medio sino un fin… Por ejemplo, me parece improcedente no vincular el nacimiento de la polis griega, el sinecismo o sinoecismo, en tiempos del mítico Teseo, con la necesidad de autoprotegerse de las “razias” de los piratas, es decir, la necesidad de seguridad, y la consecuencia de reestructurar “la justicia en la ciudad”; ¿no es algo parecido lo que se plantea en EEUU tras el atentado de Las Torres Gemelas? ¿No hay una estricta relación entre seguridad y libertad? ¿Es preferible, como afirmó alguien, morir asesinado en el metro de Nueva York a morir de aburrimiento en el metro de Moscú durante el régimen soviético? ¿Es la seguridad el objetivo final de nuestra existencia?, ¿merece la pena una vida segura sin libertad?, ¿hasta dónde estoy dispuesto a ceder en esta cuestión? El tono general de estas líneas no quiere ser, pues de erudición y citas exclusivamente. Pretendo usar un lenguaje directo, derivado inmediatamente de las preocupaciones y problemas más cotidianos de los ciudadanos y ciudadanas tomando como excusa la inabordable gama de ideas, sugerencias, respuestas, que se me han planteado como ciudadano y como profesor de Filosofía que cada curso tenía que abordar un dilema aparentemente insoluble: preparar a mis alumnos para que aprobaran un examen de Filosofía en 1º de Bachillerato y en la Selectividad y, a la vez, tuvieran un contacto con la Filosofía que lograra hacer efectiva la sugerencia de Sócrates y Montaigne: mis alumnos y alumnas no son copas que llenar sino llamas que encender. No querría ser, en definitiva, otro ejemplo de que los filósofos se han limitado a contemplar el mundo. Por eso, la Filosofía, además de un consuelo, es para mí no un fin sino un instrumento. Si no lo hubiera dicho Althusser, me gustaría decirlo a mí por primera vez: la Filosofía como arma de la revolución. No dudo de que jamás veré una cosa así. No lo espero porque la esperanza no es humana (intentaré mostrarlo a propósito de Camus). Solo trabajo por ello, en la escasa medida de mis posibilidades y de mis fuerzas. Como Sísifo. La selección de autores y temas es absolutamente subjetiva y no responde a la importancia social o académica que se presta a un filósofo sobre otro, sino a los aspectos del pensar y decir de los filósofos que más me han acercado a entender el corazón de los hombres, sus pesares y agobios, sus contradicciones y la forma de encarar ese conjunto de preguntas que solo nuestra especie puede hacerse sin esperar encontrar nunca una respuesta definitiva. Los asuntos que debatiremos en los próximos capítulos serán: - Origen, naturaleza, organización y legitimación del poder en la sociedad occidental I: La polis griega y sus secuelas. - Origen, naturaleza, organización y legitimación del poder en la sociedad occidental II: La lucha por la secularización del poder: las revoluciones modernas y contemporáneas. - La función de la razón: Los dioses en la vida humana; el papel del conocimiento. - Los siglos XIX y XX: libertad y Organización; Civilización y Barbarie - El fin de la historia, el choque de civilizaciones, el miedo a los bárbaros. El Informe Lugano y la supervivencia del capitalismo. El mundo “desajustado”:¿se puede devolver la justicia a la ciudad?... =============== Capítulo. 4 La función de la razón: Los dioses en la vida humana; el papel del conocimiento. 1. Creencia, certeza, verdad, agnosticismo. Abordo este asunto, el mismo que el tema anterior pero con otro título y, sobre todo desde otra perspectiva: la estrictamente individual, aunque en realidad no hay nada estrictamente individual en nuestra vida, dado que desde nuestro nacimiento, como he escrito antes, el ser se determina socialmente y porque desde Aristóteles sabemos que el hombre es un ser político, sociable: "Me pregunta un amigo: ¿te imaginas una humanidad sin patrias ni dioses? Me la puedo imaginar, pero no forzosamente sería mejor. Al fin y al cabo, son los hombres los que se han inventado las patrias y los dioses. O sea, que se inventarían otras formas de dominación de los espíritus quién sabe si peores. Moraleja: hay que aprender a convivir con ellas sin dejar de combatirlas democráticamente". Josep Ramoneda (El País, 1-4-07). Quiero unir esta cita moderna a afirmaciones parecidas llevadas a cabo en otro contexto, como hemos visto. La primera es la de Las Troyanas de Eurípides, cuando Hécuba, en su plegaria, se llega a preguntar si Zeus no es otra cosa que “la necesidad implícita en la naturaleza o una quimera de las mentes mortales” La última cita que quiero traer a colación es la ya mencionada de Protágoras: “Respecto a los dioses, no tengo medio de saber si existen o no, ni cuál es su forma. Me lo impiden muchas cosas: la misma oscuridad de la cuestión y la brevedad de la vida humana” Como todos los niños en la España de la posguerra civil, yo nací mayor y creyente, “sociológicamente creyente”, pero llegado cierto momento, tras todas esas lecturas que, como dice Kafka, uno hace, sin duda, para poder preguntar, comenzaron las lecturas que más sintonizaban con nuestras preocupaciones sobre la cuestión de la creencia. De entre todos los problemas que tuvimos que abordar de una manera bastante clandestina, autodidacta y muchas veces tardía como el amor, la amistad, la política, la profesión…, no fue el de la creencia religiosa de los menos importantes, entre otras cosas porque para muchos determinó nuestra praxis durante años decisivos de nuestras vidas. Pues bien, de los pocos maestros que tuvimos, quizás era Albert Camus – la honradez desesperada, la santidad laica de Prometeo, el justo sin Dios, Sísifo dichoso…- nuestro líder sin poder, “el más” maestro, al extremo de que, a pesar de la diferencia de generaciones (por ejemplo, nació el mismo año que mi padre), muchos le consideramos más un “hermano mayor” que un maestro. Lo he podido constatar de manera explícita ya tarde, en el momento de leer su obra póstuma, El primer hombre, publicada en 1994, es decir, 34 años después de su muerte, pero que es la obra que da un sentido nuevo a muchas de las peripecias de su vida así como la clave de interpretación de muchos de esos acontecimientos. Camus era para mí uno de esos “seres que justifican el mundo, que ayudan a vivir con su sola presencia” . En efecto, lo justifican porque, como él, “He intentado descubrir yo mismo, desde el comienzo, de pequeño, lo que estaba bien y lo que estaba mal, ya que nadie a mi alrededor podía decírmelo. Y ahora reconozco que todo me abandona, que necesito que alguien me señale el camino y me repruebe y me elogie, no en virtud de su poder, sino de su autoridad, necesito a mi padre” . Esta añoranza perpetua del padre la he comprobado de manera anhelante en autores que me merecen todo el respeto hoy como Orhan Pamuck y Amos Oz . En La maleta de mi padre escribe Orhan Pamuck acerca de la importancia de haber tenido un padre que le hablaba de escritores universales y no de los líderes políticos y religiosos locales de la Turquía de entonces. Yo mandaría al padre de Pamuck a todos los veneros de los nacionalismos, integrismos y fundamentalismos para ayudar a su destrucción intelectual. En realidad nunca supe quién o qué jugó ese papel conmigo, además del indudable cariño de mi padre, pero a quien sea, y creo que Camus tuvo bastante parte en ello, le debo estar agradecido, porque pocas cosas como esa desconocida influencia han dejado su huella indeleble en mí. Sin esa huella no puedo imaginar mi vida, porque por ella descubrí los libros y por los libros, la riqueza del lenguaje, cuyo beneficio, dice Coetzee, es poder maldecir, pero también, digo yo, bendecir. Aunque parezca soberbia, las palabras me han proporcionado el poder sobre las cosas. Esa es la influencia de Malan, sustituto del padre que no tuvo, en Camus… ================= Por fin Llegados a este punto de la reflexión se imponen varios sentimientos fuertes y encontrados con un denominador común: la angustia. ¡Vaya panorama! Pero ya se sabe: la angustia es el precio de la lucidez. Lo dijo Bertrand Russell, una de las personas que nos reconcilian con el género humano: se puede ser feliz si no te enteras de lo que sucede; pero no quiero ser feliz a condición de ser imbécil. Aún así, es grato volver a constatar que, como a Boecio, la filosofía ofrece un consuelo, el de que “el pensamiento es libre”; Cicerón lo sabía bien; en realidad el pensamiento es lo único verdaderamente libre que tenemos. Usémoslo: nos permite entender, más o menos, lo que pasa y eso tiene un efecto balsámico sobre nosotros: convierte nuestra angustia en cabreo lo cual es más sano, porque nos empuja a la acción. Por otro lado, también es grato saber que siempre habrá un Tersites dispuesto a que no le tapen la boca, aunque corra el riesgo de acabar como él a manos de los esbirros de Agamenón. La lectora o lector avispado habrá observado que, aunque mucho peor escritas, estas páginas tratan en esencia los mismos o parecidos asuntos, aunque de distinta manera, por las circunstancias actuales, que los problemas que abordan Platón en su República y Aristóteles en la Constitución de Atenas y en su Política: por la razón ya argumentada de que los problemas que se sigue planteando nuestra especie tampoco han variado en esencia desde la época griega. Las preguntas de la Filosofía siguen siendo las mismas, y si eso es así, nuestra especie debería caer en la cuenta de que es porque no tienen remedio o solución; pero ello no evita la perentoria necesidad de seguir dándoles vueltas; afirmar que la historia ha acabado es una pedantería y un infantilismo insufribles. Como dice Gray, hay que asumir con realismo que nunca habrá un paraíso en la Tierra y que los conflictos seguirán porque son un componente básico de nuestra estructura personal y social. Sin embargo, parece llegada nuevamente la hora de indignarse. No puedo evitar cerrar estas páginas con un homenaje vital, apasionado, solidario, a Stéphane Hessel y su perentorio manifiesto, prologado en español por otro anciano infatigable como él, José Luis Sampedro. La juventud de su espíritu les hace envidiables y da aún más urgencia a su llamada a la indignación y la rebelión: lo que comenzó siendo un puro medio, un instrumento para facilitar el intercambio de productos entre las personas, el dinero, la unidad de cuenta, se ha convertido en el fin de un grupo de financieros desalmados que han generado tanto perjuicio y dolor a nuestra especie como Hitler, Stalin y demás, si bien no con un terror tan manifiesto, sino mucho más soterrado, pero no menos cruel, y, desde luego, tan desvergonzado e impune, a la luz del día y cobrando sobresueldos pagados por los mismos a los que han esquilmado. ¡Y no han ido a la cárcel! Por otro lado, a pesar de no ser creyente, resuena en mí el comienzo de la 1ª carta de Juan evangelista: “Scribo vobis iuvenes, quoniam fortes estis…”: Os escribo a vosotros jóvenes, porque sois fuertes… Eso desearía, en efecto, a los jóvenes, chicas y chicos de hoy: que fuerais fuertes para indignaros y sublevaros. Cuando ya las fuerzas van abandonando a los que con mayor o menor fortuna hemos empeñado casi toda nuestra vida en la dura lucha por la justicia, la solidaridad… nuestro deseo – espero que no sea vano – es que la fuerza de los jóvenes, ahora, empuñe la antorcha que nosotros vamos dejando a nuestro pesar. Es la escultura que todavía permanece frente a la fachada central de la Facultad de Medicina de Madrid: la estatua del jinete que a lomos de su caballo se agacha hacia el caído y recoge la antorcha que en agónico esfuerzo le levanta el derrumbado corredor que va a sucumbir al término de su carrera: el relevo, el necesario e imprescindible relevo para que no nos sintamos avergonzados de pertenecer a esta especie nuestra. Y en estas estamos. La Filosofía no ha muerto, porque cada vez que una persona utiliza la razón “para ver lo que pasa e interpretarlo”, como un nuevo Pitágoras, está practicando eso que en la cultura occidental se llama Filosofía; en el principio era el verbo, la palabra, el uso teórico de la razón; pero como señalan muchos desde Kant, al uso teórico de la razón le debe acompañar, sin solución de continuidad, el uso práctico de la misma, es decir, la razón práctica que nos empuja a transformar la realidad en el sentido que creemos “debido”, justo. Sin esos dos usos de nuestra Facultad más preciada, la razón, porque nos distingue de los animales irracionales, nos quedaríamos, como dice Ortega, “estupefactos”, es decir, hechos unos estúpidos, y eso, ya lo avisó el viejo Platón, “no es vida para un hombre”. La Filosofía no ha muerto, digo, pero es difícil encontrar otra salida que no sea la de imaginarnos a Sísifo dichoso. Llegados a este punto, acabadas las utopías, al menos las hasta ahora existentes, la historia sigue tozudamente su curso sin un fin previsto, sin un propósito discernible, y solo mantiene su sentido la vieja pregunta de Platón y Aristóteles: ¡Reina la injusticia en la Ciudad! ¿Qué hacer para que vuelva a ser justa?